Las emociones según Ryle

domingo, diciembre 13, 2015

Juan José Acero

EMOCIONES, ESTADOS DE ÁNIMO Y RASGOS DE CARÁCTER *

11. Rorty, Ryle y el naturalismo

En La filosofía y el espejo de la naturaleza1 Richard Rorty ha aconsejado renunciar a los programas de naturalización en filosofía. A su juicio, la única intuición plausible tras la divisoria entre alma y cuerpo, entre seres humanos y las demás cosas, entre ciencia social y ciencia natural,es la de “la diferencia entre un lenguaje apropiado para enfrentarse con las neuronas y otro adecuado para enfrentarse con las personas”. 2 El antinaturalismo de Rorty no es contrario al Supernaturalismo, es decir, a la doctrina que considera que las propiedades y relaciones que guardan las cosas, así como su devenir, son efecto de una causa o agente sobrenatural. (Ésta es la forma de naturalismo por la que John Dewey hizo una apuesta decidida.) Para un naturalista de esta variedad ni hay una realidad última tras la diversidad de las cosas ni es necesario entender esta diversidad como resultado de la acción de espíritus inmateriales o de fuerzas separadas de los cuerpos.3 Además de al Supernaturalismo, el antinaturalismo de Rorty se opone también al materialismo o al reduccionismo fisicalista y, con ello, a los programas que se proponen mostrar que cualesquiera propiedades o relaciones son reducibles a propiedades y relaciones físicas; que las propiedades y relaciones fundamentales son propiedades físicas. 4 La continuidad con la ciencia natural es, entonces, una marca de la casa naturalista.Veo con simpatía la actitud antinaturalista de Rorty, pero discrepo de muchos de los detalles del argumento que le permiten llegar a esa conclusión. De uno de esos detalles voy a ocuparme aquí, a saber: del papel que concede a Ryle, y especialmente a su obra El concepto de lo2 mental,5 en la evolución de la filosofía contemporánea y en la parte de responsabilidad que le corresponde por que la dicotomía espíritu-materia no conserve otra vigencia que la histórica. De hecho, aunque Ryle sea uno de los héroes del cuento de Rorty, no es un héroe de primera fila. Le atribuye el mérito de haber contribuido a aproximar ambos ámbitos de la realidad, espíritu y materia, al entender que un cierto número de tipos de estados mentales —por ejemplo, las creencias y los deseos— tienen naturaleza disposicional, pero considera que en el momento crucial de su obra, en el capítulo que trata del autoconocimiento, cuando había que extender ese análisis a las sensaciones y a nuestra conciencia de ellas, no llegó lo lejos que debería haber llegado, admitiendo que tengamos realmente acceso privilegiado a tales episodios mentales. Una combinación de ideas de Sellars y Quine, piensa Rorty, acabaría haciendo posible concluir que los informes introspectivos no son más misteriosos que otros informes no inferenciales. 6 No comparto el papel que en su particular reconstrucción de la filosofía contemporánea de naturalista timorato que Rorty le asigna a Ryle. Esa asignación es consecuencia de una lectura de El concepto de lo mental excesivamente sesgada por las cuestiones que han marcado la pauta de la filosofía de la mente —especialmente la elaborada por filósofos autralo-norteamericanos—durante los cincuenta años que han venido después. Rorty pasa por alto que Ryle no sólo se explayó en el profundo error categorial que cometen quienes aceptan el Mito del Fantasma en la Máquina, sino que dejó bien claro al final de su obra que un error simétrico al del cartesiano lo cometen también las visiones mecanicistas, es decir materialistas, de lo mental. Si Rorty hubiese valorado correctamente esta circunstancia y hubiese dirigido su mirada a otros capítulos del libro de Ryle, como el que éste le dedica a la emotividad, hubiera quedado puesto de manifiesto que este autor hizo una contribución significativa al proyecto de prescindir de la dicotomía entre espíritu y naturaleza en su análisis de las emociones. En este sentido, Ryle es un filósofo naturalista. Sin embargo, no lo es en absoluto en ese otro sentido, en el que se asimila naturalismo a materialismo fisicalista, que le sirve a Ryle para describir su particular visión de la filosofía contemporánea.tengo dudas de que sea naturalista incluso en el desideratum de situar a la filosofía en continuidad con la ciencia.De la cartografía que dibujó Ryle del sistema conceptual de la emotividad me voy a ocuparen lo que sigue. Me propongo considerar la disección que hizo Ryle del territorio de la emotividad,y particularmente su distinción entre emociones, estados de ánimo y rasgos de carácter. Primera principalmente, porque sigue siendo necesario un análisis de los conceptos relativos a emotividad más elaborado que los que se encuentra en las publicaciones de este capítulo de actual filosofía de la psicología, que niega el dualismo cartesiano a costa de asumir una visión demente puramente mecanicista. (Este juicio puede extenderse a los resultados de otros expertos emociones, se trate de neuropsicólogos, psicólogos sociales o historiadores de las mentalidades.)Ryle no cometió este error. Mientras no se tome algunas precauciones, tan básicas como importantes, sobre las clases de cosas a las que nos referimos al hablar de emociones, los juicios hipótesis que más tarde se consideren no ayudarán a disipar la niebla que envuelve a este tema.7Iniciaré mi exposición considerando la manera en que Ryle trató de abrir un camino en la maraña conceptual del lenguaje de la emotividad. Tras ello, expondré la forma en que entiendo que ha trazarse la divisoria entre emociones, estados de ánimo y rasgos de carácter y la utilizaré para entraren polémica con dos opciones alternativas, de Errol Bedford y Paul E. Griffiths, respectivamente..Para acabar, examinaré algunas ideas expuestas recientemente en una interesante obra de Peter Goldie que servirán para poner a prueba mis sugerencias.3

2. Ryle y la cartografía conceptual de la emoción

En el cuarto capítulo de El concepto de lo mental, dice Ryle, se propone “demostrar que bajo el rótulo «emotividad» se incluyen, por lo menos, tres o cuatro diferentes tipos de cosas” (pág. 74).4 Esa aparente vacilación, “tres o cuatro”, se explica por el hecho de que, si bien menciona cuatro tipos de cosas, motivaciones, estados de ánimo, conmociones y sentimientos (o sensaciones), sólo las tres primeras aparecen en su cartografía final. La herramienta decisiva de su análisis es la distinción entre sucesos (acontecimientos, eventos) y disposiciones. A la categoría de motivación pertenecen formas de la emotividad como la vanidad o la avaricia, pero también el patriotismo y la bondad. Son “propensiones hipotéticas generales de cierto tipo y [las oraciones por medio de las cuales las atribuimos] no pueden ser interpretadas como narrando episodios categóricamente”(pág. 76). Por los ejemplos, no hay duda de que Ryle usa el término ‘motivación’ para hablar de rasgos de carácter, de “peculiaridades más o menos duraderas de[l] carácter [de una persona]” (pág.76). Así entendida, la categoría de las motivaciones la conforman disposiciones, no sucesos o acontecimientos. La envidia, el resentimiento, el orgullo o los celos son también rasgos de carácter;  disposiciones, por lo tanto. Pero nadie debe confundir un arrebato de celos, de envidia o de compasión, un suceso con una duración temporal limitada, con la condición del celoso, del envidioso o del compasivo. Aquello es un suceso, esto un rasgo de carácter.También la categoría de los estados de ánimo la integran disposiciones, pero se trata de“inclinaciones a corto plazo” (pág. 89). Hallarse deprimido o sentirse feliz, comunicativo, inquieto o melancólico son estados de ánimo. El énfasis que pone Ryle en la extensión del lapso temporales indiscutible: “Únicamente cuando un estado de ánimo es crónico usamos palabras referentes a estados de ánimo como descripciones de su carácter” (pág. 88). Cuando no es crónico, el período de tiempo en el que el ánimo está como está no da lugar a que el estado se haga constitutivo del carácter de la persona. Así, pues, si la depresión se alarga en el tiempo, el sujeto se hace un depresivo; y si el resentimiento perdura, la persona se convierte en una resentida. Esta acotación del territorio de los estados de ánimo por medio de un criterio de duración temporal es sólo parte de la historia. Los estados de ánimo son disposiciones a actuar y reaccionar de cierta manera, pero5 también a no hacerlo de otras. Así, por ejemplo, si el ánimo está alegre, “[la persona] está dispuesta a hacer más bromas que de ordinario, a gozar las bromas de los demás, a solucionar problemas importantes sin sentir ansiedad, a entusiasmarse con juegos intrascendentes, y cosas similares”(pág. 88).Algo distingue, entonces, las motivaciones de los estados de ánimo. Pero algo tienen en común. Ryle insistió en la necesidad de distinguir las motivaciones y los estados de ánimo de los sentimientos y las sensaciones, pese a que tanto en unas como en otros la presencia de sentimientos y sensaciones sea constante y sobresaliente. La persona que tiene cierta motivación o rasgo de carácter, escribe Ryle, “se inclina a hacer cierto tipo de cosas, a efectuar determinado tipo de planes, a dejarse llevar por su imaginación y también, por supuesto, a experimentar en situaciones determinadas, cierto tipo de sentimientos” (pág. 82). Algo parecido puede decirse también de los estados de ánimo. Los nombres que damos a los estados de ánimo y los conceptos bajo los que los agrupamos no son ni nombres ni conceptos de sentimientos, “aunque tener un estado de ánimo es, entre otras cosas, estar en situación de experimentar ciertos tipos de sentimientos en determinadas situaciones” (pág. 92).Esta manera de relacionar las categorías de las motivaciones, los estados de ánimo y los sentimientos es menos clara de lo que podría parecerle al lector en lengua castellana. El término que utiliza Ryle es el de ‘feeling’; y si se lo traduce al castellano mediante ‘sentimiento’, se corre el riesgo de perder justamente la lección que Ryle considera importante, a saber: que motivaciones y estados de ánimo son disposiciones que conllevan, entre otras cosas, la propensión a experimentar sensaciones determinadas. El que está alegre —un estado de ánimo— tiene la disposición a experimentar alegría, júbilo o gozo —un sentir—. El vanidoso —el que según Ryle tiene una determinada motivación— está inclinado a experimentar orgullo o resentimiento —un sentir—.Pero los sentires no son, en otro sentido del término, sentimientos. Los sentimientos son6motivaciones o rasgos de carácter. Una persona bondadosa es alguien de buenos sentimientos; una persona, resentida o envidiosa, alguien de malos sentimientos. La categoría de los sentimientos,por lo tanto, comprende cosas bien distintas. Hay sentimientos, podríamos decir, que son sentires; y hay sentimientos que son sentimientos, es decir, rasgos de carácter. Los primeros, los sentires, son sucesos; los segundos son disposiciones. Por lo tanto, la categoría de los llamados sentimientos es equívoca. Y la asociación que Ryle trazaba entre motivaciones y estados de ánimo, de una parte, y sentimientos, de otra, podemos enunciarla así: quien tiene una motivación y quien se encuentra en un estado de ánimo determinado tiene la inclinación a experimentar tales o cuales sentires: tales o cuales sucesos.¿Qué hay, finalmente, de las llamadas conmociones? Según Ryle, su relación con los sentires es intrínseca. Un arrebato de ira o un subidón de júbilo son conmociones; y las sensaciones osentires que experimentamos en cada caso son signos de esas conmociones, “de la misma manera que el dolor de estómago es signo de indigestión” (pág. 95). Y lo mismo hay que decir de los episodios de miedo, tristeza, ira o disgusto. En cada ocasión en que sentimos alguna de estas cosas experimentamos una conmoción o una agitación. Somos parte implicada, afectada, de un suceso:algo nos pasa, algo sufrimos (miedo, tristeza, y demás). Dada, entonces, la íntima relación entre sentires y conmociones, resulta natural del todo reconocer los vínculos que unen a lasconmociones tanto con los estados de ánimo como con las motivaciones. Una forma escueta de decirlo es ésta: que las formas de emotividad que pertenecen a estas categorías son disposiciones asufrir o a experimentar conmociones. Una persona alegre —una forma de ser— tiene la disposición a sentir alegría —una conmoción— en condiciones favorables; y lo mismo hay que decir de la persona que no siendo alegre sí que se halla en ese estado.En definitiva, al hablar de emociones Ryle distingue las motivaciones de los estados de ánimo y de las conmociones. En los dos primeros casos estamos ante disposiciones o inclinaciones7 psicológicas; en el tercero, ante acontecimientos o sucesos psicológicos. Es indiferente a qué apliquemos la palabra ‘emoción’ —una palabra que se incorpora al léxico de la lengua castellana en tiempos relativamente recientes—. Podemos darle una función genérica, permitiéndonos referirnos por igual a motivaciones, estados de ánimo y conmociones. Sin embargo, cabe también la posibilidad de usar ‘emotividad’ como rótulo del dominio general y servirnos de ‘emoción’ para designar alguna de las categorías subordinadas. Dada la etimología del término, así como el uso que ha venido adquiriendo en los escritos de filosofía de la psicología —sin duda debido a la influencia de los escritos en lengua inglesa—, se reservará la palabra ‘emoción’ para hacer referencia a lo que Ryle denomina conmociones. Una ventaja de esta convención es que así distinguimos los estados de ánimo de sus advenimientos. Los primeros son disposiciones, mientras que los segundos son, como he dicho, sucesos. Al obrar de esta forma deshacemos el equívoco a que da pie, por ejemplo, el Diccionario de la RAE, que entiende las emociones como estados de ánimo.

3. Siguiendo la estela de Ryle

Mi siguiente paso es el de señalar alguno de los aspectos mejorables de la propuesta de análisis conceptual hecha por Ryle para, después de haber tomado nota de ellos, seguir edificando sobre los cimientos que éste estableció. El resultado, espero, será una base conceptual como la de Ryle, aunque más clara en su definición.Lo primero que haré será sustituir el término ‘motivación’ por el de ‘rasgo de carácter’.Esta maniobra no es ajena en absoluto al espíritu de la propuesta de Ryle. En efecto, al referirse alas motivaciones, y muy en particular a la manera en que se apela a ellas para dar explicaciones de la conducta de un sujeto, Ryle afirma que la búsqueda de motivaciones “podría constituir una investigación sobre la causa de su actuación específica, o bien sobre el carácter del sujeto, que8permitiría dar cuenta de por qué actuó de cierta manera en esa ocasión” (pág. 79). Por lo tanto,entiendo, concederle a una motivación un papel en la explicación de por qué alguien hizo lo que hizo es concederle un papel a un rasgo o faceta de su carácter. Y más adelante, al final mismo de la sección dedicada a analizar las relaciones entre motivaciones y sentires, escribe lo siguiente —queyo interpreto como valiendo en general de cualesquiera motivaciones—:En consecuencia, decir que cierta motivación es un rasgo del carácter de alguien es afirmar que se inclina a hacer cierto tipo de cosas, a efectuar determinado tipo de planes, a dejarse llevar por su imaginación y también, por supuesto, a experimentar en situaciones determinadas, cierto tipo de sentimientos (pág. 82). Ahora bien, referirse a este tipo de disposiciones con el término de ‘motivación’ me parece una elección discutible (aunque no necesariamente equivocada). Se supone que una motivación puede contribuir a explicar una acción de alguien. Y, de hecho, Ryle pone un cuidado especial en su capítulo sobre la emotividad en iluminar este género de explicación y en distinguirlo del que uno al señalar un suceso (por ejemplo, una conmoción). Lo que sucede es que el término ‘motivación’lleva consigo la idea de algo que mueve al sujeto a hacer esto o a reaccionar de aquella otra manera.Y es en este sentido que un rasgo de carácter no parece un buen candidato a ser algo que mueva. Si queremos explicar por qué María perdió los nervios en una ocasión, podríamos decir que ello se debió a que envidia a Luisa por el éxito que ésta tiene. Sin embargo, la explicación no es satisfactoria. Ciertamente, la envidia estaba ahí, en el carácter de María; pero ello no basta. Hay que señalar, contando con la envidia de María, que lo que le movió a perder su autocontrol fue la recomendación de su propio padre de actuar como Luisa lo hace. Lo que nos mueve, diría yo, son sucesos puntuales, sucesos como creer que nuestro padre valora más a otra persona que a su propia hija; aunque ello no suceda a no ser que el suceso caiga en el terreno abonado del rasgo pertinente de carácter. Esta no es una observación sin importancia. Pensamos en el carácter de una persona, o en los rasgos de éste, como en eso que mueve a una persona a actuar así o asá, porque9 sus motivaciones están en línea con su forma de ser, con su carácter. Como veremos, esta vinculación es profunda, aunque no baste para concebirla en los términos de la identidad.Evitamos las pequeñas, pero molestas, equivocaciones aludidas sustituyendo el término‘motivación’ por el de ‘rasgo de carácter’. Llegamos así a la terna de emoción —en el sentido restrictivo que anuncié—, estado de ánimo y rasgo de carácter.La segunda, y fundamental, corrección que quiero introducir en el análisis de Ryle tiene un calibre mayor. Quiero apartarme de toda una línea argumental que hay en su capítulo sobre la emotividad que hace de la duración o extensión temporal un criterio para distinguir los rasgos de carácter, los estados de ánimo y las emociones. 8 Así, Ryle presenta la vanidad y la indolencia como“peculiaridades más o menos duraderas de[l] carácter [de una persona]” (pág. 76); y se refiere, en general, a estados de ánimo como la preocupación, el entusiasmo y la turbación con el calificativo de “pasajeros” por considerarlos “lo mismo que las enfermedades y los estados del tiempo [...]condiciones relativamente breves, [que] no constituyen episodios determinados, aunque ciertos episodios resulten de ellos” (pág. 85). Finalmente, también con un significado general, afirma de los términos que designan estados de ánimo que “significan inclinaciones a corto plazo” (pág. 89).La sospecha que puede comenzar a tomar forma en la mente del lector es que las emociones serán lo que sean, pero algo de duración todavía menor. Es cierto que no encuentro una confirmación inequívoca de esta sospecha, pero sí que hay algo próximo a ello. No de las emociones, pero sí de sus signos, los sentires, Ryle escribe que éstos “son cosas que van y vienen, que crecen y se desvanecen en pocos segundos” (pág. 89). Y justamente cierra el párrafo final de la sección sobre estados de ánimo con la siguiente metáfora sobre sentires y estados de ánimo:¿Son los nombres de estados de ánimo nombres de emociones? La única respuesta aceptable es que, en el sentido en que a veces se usa la palabra ‘emoción’, lo son. Pero debemos agregar, entonces, que, en este sentido, una emoción no es algo que pueda ser separado de pensar, imaginar, realizar actos voluntarios, gesticular o sentir angustias o ansiedades. En este sentido, tener la emoción que ordinariamente se designa como ‘estar aburrido’ es sentirse propenso a tener determinados pensamientos y no otros, a bostezar y no a sonreír, a hablar displicentemente en vez de10 hacerlo con interés, sentirse flojo y no animado. El aburrimiento no es un ingrediente, incidente o característica distinguible y única en todo lo que la víctima está haciendo o padeciendo. Más bien, es el aspecto temporal de esa totalidad. No es como una ráfaga de viento, un rayo de sol, un chaparrón o la temperatura; es como el estado del tiempo de una mañana (pág. 92).Tal y como interpreto estas líneas, Ryle da pie a que se entienda que los sentires son a las ráfagas de viento o a los chaparrones lo que los estados de ánimo son al estado del tiempo a lo largo de una mañana, a saber: segmentos de breve duración de un continuo temporal que los incluye como partes. Así, podría decirse, una emoción congelada lo suficiente deviene un estado de ánimo; y un estado de ánimo que se hace crónico pasa a ser un rasgo de carácter.Es de esta imagen de las diversas categorías de la emotividad que dibuja el centrarse en la medida de la extensión temporal de lo que discrepo. Demasiado simple (y sospechosamente naturalista) para ser verdadera. Frente a ella, quiero proponer algo que encaja en una línea de análisis distinta, pero compatible con la del propio Ryle. A mi modo de ver, emociones, estados de ánimo y rasgos de carácter constituyen otras tantas perspectivas sobre la vida emocional de las personas. Expuesta de forma rápida, la cosa es así. Preguntarse por las emociones que experimenta una persona es una cuestión distinta de preguntarse por el estado de ánimo en que se encuentra. Una emoción es algo que se experimenta; un estado de ánimo algo en lo que se está. La persona que está furiosa experimentará normalmente ataques o arrebatos de rabia, enfado o desdén. Podemos decir que siente rabia o enfado, pero el hecho de que usemos la misma palabra para ambos casos no debería hacernos pensar que interesarnos por cómo está (o se encuentra) una persona no es interesarnos por qué experiencia o vivencia está atravesando. Ryle acertó justamente en este punto al insistir enel error de entender los estados de ánimo como episodios pertenecientes a la misma categoría que los sentires. Los estados de ánimo son condiciones —más o menos duraderas, desde luego— en que puede encontrarse una persona. Nos importan en la medida en que queremos saber cómo está, o cómo estuvo, en un momento determinado. Y esa pregunta, a su vez, nos sirve posiblemente para11 anticipar cómo podría reaccionar en una determinada situación o para entender por qué actuó en un momento pasado del modo en que lo hizo. Aunque esa reacción podría deberse a una emoción que sintió, cuando nos ocupan los estados de ánimo, estamos ante algo diferente. La recíproca independencia de emociones y estados de ánimo se percibe en al menos dos cosas. Una, que hay emociones, las que podríamos llamar atávicas, o quizás básicas, que experimentamos con independencia de cuál sea nuestro estado de ánimo.9 Dos, que un estado de ánimo puede estar latente y no manifestarse más que cuando las condiciones de la situación en que se halle el agente sean muy especiales. Así, Ethan Edwards, el personaje principal de la historia que narra la película de John Ford The Searchers10, está decidido a matar a su sobrina, raptada años atrás por los comanches nauyeki y convertida en esposa del jefe Cicatriz. Una vez muerto éste, y en su arrebato,la levanta en sus brazos para aplastarla contra el suelo. Pero en esa condición, en medio de la tormenta de odio acumulado por los años —“Ya no son blancos; son comanches.”—, el peso del cuerpo de Debbie reaviva las viejas sensaciones de ternura experimentadas cinco años atrás,cuando la levantó en sus brazos al reencontrarse con su hermano y con la esposa y los hijos de éste. Y en ese estado esta emoción anula todo lo demás. Una susceptibilidad de Ethan, que Fordha mantenido oculta, se manifiesta en el momento culminante de la historia La pregunta por lo que la persona experimenta o vive y la pregunta por la condición en que se está son preguntas independientes. A su vez, la pregunta por cómo es atiende a otra faceta del caso. Nos interesan los rasgos de carácter de una persona, porque nos importa tener bien presente su trayectoria en el tiempo; es decir, nos interesa no perder de vista toda una serie de regularidades en su forma de entender las cosas y plantear su conducta: que le atrae y qué rechaza; que despierta su curiosidad y qué le aburre o ignora. Es en este sentido que, como dije más arriba, sus motivaciones están en línea con su carácter, aunque éste y aquéllas sean cosas diferentes. Así que sinos preguntamos cómo es alguien, nos guían intereses bien distintos de los que presiden nuestro12interés por cómo está. Es más, no es excepcional el caso en el que dejamos a un lado cuál es la forma de ser, el carácter de la persona, y subrayamos cuál su estado de ánimo. Ryle tiene una aguda observación que hacer a este respecto: un estado de ánimo, dice, “monopoliza” (pág. 88). Si alguien está en un cierto estado de ánimo, entonces no está en otro: si está irritado, no está alegre.Pero uno puede ser al mismo tiempo vengativo y cordial, al menos por períodos de tiempo moderadamente largos. (Esta gente es peligrosa de veras). Por lo tanto, hay en este asunto algo que no se capta nada bien diciendo que las diferencias dependen de cuán largo o corto sea el plazo de tiempo implicado. Los estados de ánimo contienen la manera en que el sujeto afronta emocionalmente una situación, su susceptibilidad ante las propiedades de ésta. Los rasgos de carácter delinean la forma de ser de la persona y, por lo tanto, contienen los recursos (o la falta de recursos)para manejarse en esa situación. Por eso, aunque podamos afirmar, con Ryle, que tanto si un sujetose halla en un determinado estado de ánimo como si posee un cierto rasgo de carácter tiene la propensión a experimentar tales o cuales emociones, las implicaciones son notablemente distintas.En un caso, son disposiciones en las que las riendas, podríamos decir, las lleva la situación, a no ser que se introduzca el factor de corrección del carácter de la persona. En el otro las dicta la persona,a no ser —y también hemos de precavernos— que se introduzca el factor de corrección de la situación. Justamente esto es lo que sucede en el momento culminante de la historia de Ethan. Una sensibilidad enterrada en el devenir de la historia emerge en su momento culminante. No hay duda de que Ethan ha decidido matar a Debbie, que se ha hecho a la forma de vida de los comanches,ha renegado de lo que era y se ha convertido en esposa de Cicatriz. Pese a todo esto, algo ha pervivido en Ethan que le hace susceptible a revivir la sensación de ternura que aquella niña había despertado en él cinco años antes; algo que hace que un sujeto extremadamente violento y vengativo —dos rasgos de carácter en otros— sea susceptible a una situación inesperada —un estado de ánimo del que no era consciente y del que el espectador se apercibe cuando el ciclo de la13 narración se cierra—. El carácter de la persona constituye un punto de referencia o rasero contra el cual calibrar el sentido que tenga un estado de ánimo, pues éste puede esperarse a partir de aquel o,por el contrario, constituye una ruptura que tiene interés en sí misma. Dependiendo de cuál sea la opción que haya que seguir, así habrá que entender su estado de ánimo como resultado de una experiencia excepcional.

4. Entrando en polémicas

Trataré ahora de poner a prueba, y al mismo tiempo seguir elucidando, la distinción de Ryle entre emociones, estados de ánimo y rasgos de carácter comparando sus puntos de vista con los de dos autores contemporáneos.a) Errol Bedford, por ejemplo, es de los pocos autores que abiertamente polemiza con el análisis conceptual de Ryle, por lo que no carece de interés examinar sus objeciones. En lo esencial, Bedford manifiesta su discrepancia de lo que él entiende que es la decisión de Ryle de“[a]similar las palabras de emoción muy cerca de las palabras disposicionales”, puesto que ello impide dar razón de una forma completa de la función explicativa de esta área del léxico.11 A juicio de Bedford, las palabras que denotan emociones no sólo son relevantes para entender la conducta de las personas, sino que ubican esa acción en un contexto social. Y, por lo tanto,sirven para más que para poner al sujeto individual en el foco del análisis. A esto hay que añadir,en segundo lugar, un segundo reproche que Bedford hace a Ryle, a saber: que el uso de palabras de emoción hace más de lo que Ryle pretende, pues no sólo permite explicar el porqué de la acción, sino que también la justifica. Así, los conceptos de emociones son más que conceptos puramente psicológicos y “presuponen conceptos de las relaciones e instituciones, y conceptos que pertenecen a sistemas de juicio morales, estéticos y legales” (pág. 295).14 Ryle no se merece estas críticas. Para comenzar, el léxico de la emoción no esexclusivamente disposicional y, por ello, no responde de manera uniforme al paradigma que Bedford toma en consideración: ‘El vidrio se rompió porque era frágil’. La única atribución emocional que cita es ‘Él fue grosero contigo porque estaba celoso’. Y sorprende que ponga su atención en un caso así, porque no está nada claro, si el ejemplo se toma a solas, sin más comentarios, que la explicación que se quiere proporcionar con él apunte a una motivación o aúna inclinación. Bedford no parece distinguir unas de otras (cf. pág. 294), pero esto no es algo que se le pueda conceder. La apelación a inclinaciones y la apelación a inclinaciones explican deforma distinta. Así, pues, la primera de las críticas de Bedford es técnicamente defectuosa por pasar por alto la distinción entre emociones, estados de ánimo y rasgos de carácter. La segunda de sus críticas tampoco es mejor, pero resulta interesante no enfrentarse a ella rutinariamente,porque pone de manifiesto una típica mala comprensión de El concepto de lo mental. La cuestión es por qué considera Bedford que para Ryle los conceptos de emoción son puramente psicológicos y que, por ello, ignora que “al usar palabras de emoción somos capaces de relacionar la conducta con el más complejo ambiente en que se lleva a cabo, y así hacer inteligible la acción humana”(pág. 295). Quizás este juicio se debe a que cuando Ryle explica su idea de lo que es una disposición pone como ejemplo la fragilidad del vidrio. Ahora bien, resulta tendencioso interpretar este recurso pedagógico como si nos obligara a aceptar la imposibilidad conceptual de entender muchos episodios de la conducta humana a través de la atribución de disposiciones morales, estéticas o legales. Ciertamente, ello haría de Ryle un filósofo muy cerca de, si no comprometido plenamente con, alguna forma de naturalismo reductivo. El concepto de lo mental está repleto de ilustraciones contrarias a esa interpretación. Y, además, el final de esta obra ha de tomarse en serio. Sucede que la distinción entre emociones, estados de ánimo y rasgos de carácter es ortogonal a la divisoria de Bedford entre lo (que él considera lo) psicológico y lo15social sin desquiciarla. A menudo, por ejemplo, entenderemos el carácter de una persona o sus estados de ánimo vis-à-vis sus relaciones interpersonales. De ahí que la segunda de las objeciones de este autor quede en nada.b) Aunque no la mencione para nada, de entre las discusiones recientes la más próxima ala propuesta de Ryle, y a la que aquí se ha elaborado a partir de ésta, es la que Paul E. Griffithselabora en el capítulo final de What Emotions Really Are.12 La propuesta que Griffiths examina, y que acaba rechazando, propone analizar las emociones como disposiciones de primer orden, los estados de ánimo (el término inglés es ‘mood’) como disposiciones de segundo orden y los rasgos de carácter como disposiciones de tercer orden. Según este esquema, las emociones son disposiciones a reaccionar, tanto con respuestas somáticas como conductuales a los estímulos apropiados. Los estados de ánimo son disposiciones a tener disposiciones de primer orden: paradigmáticamente, disposiciones a tener emociones. Así, entre los estados de ánimo y las emociones se daría el género de vínculo que mantienen la magnetizabilidad y el magnetismo ocapacidad de atraer el hierro. Y, finalmente, los rasgos de carácter, serían disposiciones de tercer orden: disposiciones a encontrarse en tal o cual estado de ánimo.Un rasgo temperamental como la irascibilidad es el estado de encontrarse marcadamente dispuesto a estar en un estado de ánimo de enfado. El estado de ánimo de hallarse enfado es una disposición a enfadarse con facilidad. El enfado mismo es una disposición a llevar todo tipo de comportamientos y cambios de estado mental. 13Griffiths no acepta el Modelo de la Jerarquía de Disposiciones, la propuesta según la cual las emociones, los estados de ánimo y los rasgos de carácter se distribuyen en una jerarquía de disposiciones. Si esa jerarquía fuese como dice ese modelo, entonces no habría manera de explicar que las emociones pueden causar estados de ánimo y no meramente ser causados por éstos. No es posible tal cosa, porque para que exista una disposición de cierto orden ha de existir previamente una del orden inmediatamente superior. Y esto no admite excepciones. Sin16 embargo, parece natural admitir que una emoción puede dar lugar a un estado de ánimo, como cuando una noticia nos causa alegría y esa experiencia nos deja en un estado de excitación. Por ello, aunque también por otras razones, Griffiths abandona el Modelo de la Jerarquía de Disposiciones por un modelo que identifica las emociones con estados funcionales de orden superior. Su intuición fundamental es que en su comportamiento una persona puede responder a, o materializar, diferentes descripciones funcionales en momentos o lapsos de tiempo diferentes, de forma que qué sea lo que esa persona haga dependerá de cuál es la descripción a laque responde. “El carácter normal de un individuo es una aproximación a una de esasdescripciones” (pág. 251). Un cambio de estado de ánimo es una desviación significativa del modelo o de la descripción normal. Y un cambio de descripción funcional arrastra consigo cambios en la reacción del individuo a información sobre él o sobre su entorno. Ahora bien, sise acepta que una emoción puede dar lugar a un cambio tal, entonces la objeción que le preocupa a Griffiths queda superada.¿Por qué he dicho que la propuesta de Griffiths es la que más se parece a la que ha sido desarrollada en las dos secciones precedentes? Primero, porque respeta en el espíritu y no sólo en la letra la distinción entre emociones, estados de ánimo y rasgos de carácter. Las diferencias que establece el Modelo de la Jerarquía de Disposiciones son manifiestas, y estas diferencias se mantienen en la modificación que Griffiths lleva a cabo en él. En particular, la divisoria entre estados de ánimo y rasgos de carácter adquiere en el nuevo modelo un sentido claro, que responde a la dicotomía de la conducta normal y la conducta que se sale de lo habitual. Esta dimensión de la diferencia entre estados de ánimo y rasgos de carácter fue subrayada más arriba.En segundo lugar, Griffiths considera que tanto los estados de ánimo como los rasgos de carácter son estados funcionales y, por lo tanto, disposiciones, tal y como se ha propuesto más arriba, aunque no mantengan entre sí una relación jerarquizada. Finalmente, el análisis de Ryle y17el que he elaborado a partir de éste comparte con el de Griffiths el evitar la objeción contra laque choca el modelo de la jerarquía disposicional. Si las emociones son conmociones y los estados de ánimo son susceptibilidades a propiedades de situaciones, entonces no hay dificultad alguna en aceptar que una emoción active o cree una susceptibilidad.Pese a estas coincidencias, no hay ninguna duda de que el punto de vista elaborado en las secciones precedentes y la propuesta las ideas de Griffiths son incompatibles. Dos, para ser más exactos. En primer lugar, resulta chocante que este autor no tenga ninguna objeción quehacer a la idea de que las emociones sean disposiciones o estados funcionales. Sin embargo, las emociones no son disposiciones, sino los efectos de la actualización de disposiciones; no son funciones, sino los efectos del ejercicio de estas funciones —una distinción metafísicafundamental—. Las emociones no son causas estructurantes, responsables de que el proceso emocional sea como es, sino en todo caso efectos de estas causas o los procesos mismos.14 No son condiciones, sino eventos. Griffiths no distingue, por lo tanto, ni entre emociones y disposiciones ni tampoco entre emociones y las bases categoriales de las disposiciones correspondientes. No es ésta una dificultad menor, que podría salvarse diciendo que la opción elegida se fundamenta en el hecho de que, puesto que hay una correlación neta entre causas estructurantes y sus efectos, ¿por qué limitarnos a hablar de las primeras en vez de hacerlo de los segundos? La cosa es más complicada. Griffiths nos debe una explicación pormenorizada de cómo es posible que una causa estructurante puede ser causa de un estado de ánimo, el cual es, a su vez, un estado funcional y, por lo tanto, otra causa estructurante. Si las emociones no fuesen causas estructurantes, no habría mayor dificultad de salir de la dificultad, pues podría decirse que un evento —la emoción— modifica una causa estructural, dando lugar a otra. Pero, si Griffiths ha modificado los términos del análisis, ¿cómo sale al paso de esto?18En segundo lugar, la relación entre estados de ánimo y rasgos de carácter que Griffiths presenta no es totalmente satisfactoria. El carácter de una persona, o quizás la suma de sus rasgos, resulta ser en su propuesta una suerte de estado de ánimo habitual o normal. Esto no es lo mismo que decir que un rasgo de carácter sea un estado de ánimo prolongado en el tiempo,pero sigue siendo una caracterización insatisfactoria. Lo razonable de la idea de Griffiths es que crea un contraste suficiente entre estados de ánimo y rasgos de carácter, un contraste que permitiría subrayar que un estado de ánimo no está en línea con lo que es el carácter de la persona que atraviesa por él. Ahora bien, al entender el carácter como un estado de ánimo normal y los estado de ánimo, en el sentido estricto de la noción, como condiciones anormales,Griffiths no tiene forma de justificar que un estado de ánimo propiamente dicho pueda estar en línea con el carácter de la persona. El contraste se hace ahora difícil de acomodar. La salida del callejón se ha cerrado porque, de acuerdo con el desarrollo que he hecho de la propuesta de Ryle, la diferencia entre estados de ánimo y rasgos de carácter es de un orden distinto al que Griffiths reconoce. No son tan sólo descripciones funcionales a las que la psicología humana responde en momentos distintos, sino condiciones psicológicas metafísicamente dispares. Los rasgos de carácter no son nuestras susceptibilidades habituales. A ello se debe que a veces nuestros estados de ánimo estén en línea con nuestra forma de ser y que a veces no lo estén.

5. Goldie y la estructura narrativa de la emoción.

Para finalizar, voy a considerar diversas ideas expuestas por Peter Goldie, en su reciente libro The Emotions15, a propósito de la distinción entre emociones, estados de ánimo y rasgos de carácter (véase nota 2, cap. VI). El punto de arranque de esta discusión lo constituye la sofisticada,a la vez que profunda, manera de entender las emociones que Goldie expone y elabora. Para este autor, las emociones adquieren toda su significación cuando las vemos como elementos integrantes19de una estructura narrativa En dicha estructura los sucesos y las disposiciones se relacionan los unos con las otras, además de con otros aspectos de la vida de las personas.16 La estructura narrativa es, pues, algo eminentemente complejo: “conlleva episodios de experiencia emocional,incluyendo percepciones, pensamientos, y sentires [y sentimientos] de varias clases, y cambios corporales de varias clases; e incluye disposiciones a experimentar otros episodios emocionales, a tener otros pensamientos y sentires, y a comportarse de ciertas maneras” (págs. 12 y s.). Las emociones, sostiene Goldie, son complejas, episódicas, dinámicas y estructuradas. Esta novedosa forma de abordar el estudio de las emociones nos fuerza a cambiar el chip del análisis utilizado hasta el momento. La emoción, es decir, el suceso emocional, pasa a entenderse como un episodio con una historia en la que de forma cambiante se suceden experiencias, pensamientos, sentires,ejercicios de disposiciones y demás. Es el flujo de todo esto lo que constituye la emoción de la cual aquel episodio es un momento significativo más. Así, la emoción de Ethan Edwards al levantar en brazos a su sobrina Debbie no es la experiencia que le inunda y que desarma el odio alimentado con los años. La emoción es el complejo dinámico que culmina en esa abrumadora sensación. Y decir cuál es la emoción es contar la narración que lleva a este punto culminante:La experiencia emocional es, en este sentido, más como el desarrollo de los sucesos en la historia que como una serie de eventos en la naturaleza (pág. 145).La explícita admisión por Goldie de que él distingue las emociones (como los celos) de los episodios emocionales (como un ataque de celos) confirma la novedad de su propuesta.17 Puede apreciarse, entonces, que ésta difiere notablemente de las aproximaciones más habituales por considerar los sentires como “insertos en la narrativa de una emoción” (pág. 51). Es decir, en atribuir a las emociones condiciones de identidad holistas. Una emoción es, ciertamente, un suceso, pero un suceso que se despliega en el tiempo y que, en función de sus conexiones con las20 situaciones en las que el sujeto se halle y sus otras experiencias y disposiciones, va adquiriendo uno u otro sentido. La emoción no es el arrebato de ternura hacia su sobrina que paraliza a Ethan, sinoel profundo cariño que se soterra cuando cae en la cuenta de que Debbie acabará siendo la esposa de algún comanche y reaparece con su regreso al seno familiar.No estoy sugiriendo que la perspectiva que propone Goldie sea errónea o carente de interés. No pienso que ése sea el caso. Quiero, sin embargo, presentar aquí tres consideraciones que sirven, quizás, para subrayar la diferencia de perfiles de esta perspectiva y de la que, tomando pie en Ryle, he expuesto brevemente en la segunda parte de mi exposición. La primera que haré es que para Goldie no resulta fácil distinguir emociones, estados de ánimo y rasgos de carácter. Así,las emociones difieren de los estados de ánimo “en el grado de especificidad de sus objetos” (pág.141), una tesis que ha tenido partidarios desde antiguo. 18 Mientras que el objeto intencional del odio puede ser una persona, como en la historia de Ethan y Debbie, ni la depresión ni irritabilidad ni la ansiedad tienen objetos intencionales tan definidos. Es el mundo, la vida, la existencia, a lo que —se dice— apuntan intencionalmente los estados de ánimo. Goldie admite incluso que la mejor descripción posible de ese objeto puede ser «todo» o bien «nada en particular» (pág. 143).Para mí, sin embargo, esta respuesta es insatisfactoria. No porque niegue que estar vivo pueda ser el objeto intencional de una emoción. Lo es porque no me parece que ésos sean objetos de un estado de ánimo. Es tan simple como que no tenemos que dar ese paso y dar el visto bueno a un objeto intencional tan sui generis, si aceptamos que los estados de ánimo no son emociones y, por lo tanto, que no precisan que se los empareje con un objeto intencional. Los estados de ánimo, claro está, pueden ser causados por emociones con estados intencionales. Pero de ahí no se sigue que ellos mismos hereden las propiedades de sus causas.19 Goldie ha de enfrenarse a esta dificultad,pues la diferencia en el grado de especificidad de los objetos intencionales de emociones y estados de ánimo no nula el hecho de que “esta distinción no es tajante” (pág. 143). Es más, los estados de21 ánimo cuyos objetos intencionales ganan en resolución de devienen emociones; y las emociones cuyo objeto intencional queda más y más desenfocado se hacen estados de ánimo (pág. 148). En realidad, podemos decir, emociones y estados de ánimo ocupan posiciones distintas de un único espectro emocional. Esto choca, naturalmente, contra la tesis de que las emociones son sucesos ylos estados de ánimo disposiciones constitutivas de nuestra susceptibilidad a las situaciones en que nos hallemos.En segundo lugar, tampoco la categoría de los rasgos de carácter resulta nítidamente perfilada en esta aproximación. Goldie concibe estos rasgos como “disposiciones a tener ciertos motivos en ciertos tipos de situación” (pág. 154), siendo los motivos pensamientos y sentires que dependen de cuál sea la situación en la que se encuentra una persona y de su historia particular. Sin embargo, una vez más, la contribución de los rasgos de carácter a la comprensión de la conducta de las personas la hace definida “una narración detallada del pasado de la persona, dado en términos de sus pensamientos, sentires y decires concretos, así como de las acciones en las que los rasgos se manifestaron” (pág. 155). Esta observación no sirve de ayuda, puesto que esto mismo o cosas muy parecidas pueden decirse también de las emociones y de los estados de ánimo, tal y como Goldie los presenta. La vocación holista de su propuesta ayuda a que se difuminen las líneas que marcan las fronteras entre estas categorías. De hecho, el único criterio claro de distinción al que Goldie recurre es temporal —un paso sobre cuyas deficiencias avisé más arriba—, pues cita el Tratado de Hume para presentar los rasgos de carácter como “principios duraderos de la mente”(Goldie 2000: 154). De hecho, sospecho también que el criterio de la extensión temporal es lo que subyace a su explicación de que los estados de ánimo son emociones cuyo objeto se ha ido haciendo más y más inespecífico. En efecto, si al estar irritable me incomoda esto, primero, y aquello, después, y lo demás, posteriormente, crece la tentación de concluir que me desagrada todo;22y que todas las cosas son el objeto de mi irritación. Ampliemos el lapso temporal y acabaremos teniendo un objeto suficientemente inespecífico.La última observación que quiero hacer sobre este tema trata de la interpretación que hace Goldie de los estudios, bien conocidos en sociología, sobre el Buen Samaritano que hicieron Darley y Batson en los años setenta20 y, más en concreto, sobre el denominado error fundamental de atribución. Goldie interpreta que esos estudios llevan a la conclusión de que es un error explicar la acción humana poniendo principalmente énfasis en el carácter de las personas y pasando por alto las situaciones en que estas personas se hallen. Su juicio es que “de forma sistemática dejamos devalorar que los factores situacionales pueden ser altamente significativos a la hora de determinar [es decir, explicar y predecir] el comportamiento [de las personas]” (pág. 161). Hay bastante de certero en este juicio, pero quiero añadir que su manera de analizar las emociones, los estados de ánimo y los rasgos de carácter le hace tener una visión excesivamente unilateral en su diagnóstico.Los estudios de Darley y Batson tenían como objeto investigar el comportamiento de socorro de las personas tomando dos variables: las disposiciones humanitarias de un grupo de seminaristas de la Universidad de Princeton y el tipo de situación en que pudieran hallarse. A una parte de estos estudiantes se les pidió que preparasen una exposición oral sobre la parábola del Buen Samaritano; al resto, una exposición oral sobre sus futuras perspectivas laborales. Esas exposiciones habrían de hacerse en el extremo opuesto del campus universitario. Cada uno de estos grupos se dividió en tres subgrupos en función del tiempo del que se les dijo que dispondrían para preparar su exposición y cruzar el campus. A algunos (los subgrupos A de cada uno de los dos grupos iniciales) se les dijo que disponían de mucho tiempo; a otros (los subgrupos B) que tendrían tiempo suficiente y al último tercio (los subgrupos C) que deberían darse prisa para hacer ambas tareas. Camino del lugar en donde la exposición habría de hacerse todos los estudiantes hubieron de pasar delante mismo de una persona que parecía necesitar ser socorrida con urgencia.23Pues bien, el 63% de los estudiantes de los grupos A, el 45% de los estudiantes de los grupos B y el10% de los estudiantes de los grupos C se detuvieron a interesarse por el estado de esa persona.Darley y Batson concluyeron que la situación de los seminaristas, y no su carácter, que supuestamente les hacía elegir los estudios que cursaban, es decisiva a la hora de explicar su comportamiento. Goldie extrae esta misma conclusión.A mi juicio, Goldie pasa por alto una forma natural de encajar la naturaleza del error fundamental de atribución en una teoría o concepción de las emociones, a causa de que su manera de articular los conceptos de emoción, estado de ánimo y rasgo de carácter no crea el espacio de maniobra suficiente para el análisis. Pues los resultados de Darley y Batson pueden leerse de esta otra manera: los tres tipos de situaciones en que se encuentran los seminaristas —quiero decir, las tareas encomendadas y el plazo de tiempo disponible para atravesar el campus universitario—corresponden a otras tantas maneras de hacerles susceptibles a situaciones en las que podrían encontrarse. Por lo tanto, el experimento ha sido diseñado para que los sujetos se enfrenten a una experiencia emocional en un estado de ánimo (de entre tres posibles). Afirmar, como hacen Darleyy Batson, que la variable situacional no sería tomada en consideración por quien pronosticara un comportamiento de socorro por parte de todos los seminaristas, afirmar esto es pasar por alto que los rasgos de carácter y los estados de ánimo cumplen funciones explicativas netamente distintas.Lo que explica, entonces, la diferente conducta de los sujetos de los subgrupos A, B y C es la diferencia de los respectivos estados de ánimo inducidos, es decir, las diferencias de susceptibilidad ante las propiedades de una o más situaciones. Goldie no puede ofrecer esta explicación sin revisar su concepto de estado de ánimo.246.

Conclusión

En estas páginas he recordado el análisis conceptual que Ryle hizo del territorio de la emotividad, he criticado algunos de sus expuestos y sugerido cómo superar esas críticas. Se desprende de la forma de articular la divisoria entre emociones, estados de ánimo y rasgos de carácter que, en la medida en que resulte iluminadora, para nada precisa de, o descansa en, el tipo de presupuestos naturalistas que un filósofo como Richard Rorty ha considerado obstáculos para el progreso del debate filosófico. Empeñarse en lo contrario, como cuando se distinguen las emociones de los estados de ánimo y éstos, a su vez, de los rasgos de carácter mediante criterios operacionales que atienden a la duración de unos y otros, nos hace correr el riesgo de cometer errores filosóficos muy serios.


NOTAS* Distintos materiales de este texto fueron en los cursos “Emociones: un capítulo de la filosofía de lamente” (Caracas, Programa de Doctorado de la Universidad Central de Venezuela, 9–11 de Enero del2002) y “Seis lecciones de filosofía de las emociones” (Bogotá, Universidad, 3-11 de Febrero del 2003) y,aproximándose ya a la forma adquirida en este ensayo, en el Seminario Internacional de Psicología y Filosofía de las Emociones (Bogotá, 13-14 de Febrero del 2003). Para su redacción final, el trabajo se ha beneficiado no sólo de los comentarios que en esa ocasión hicieron Hernán Sierra, Magdalena Holguín y Jaime Yáñez, sino de las sugerencias y discrepancias que posteriormente han expresado Remedios Ávila y Alberto Morales, de la Universidad de Granada, y Josep Corbí, de la Universidad de Valencia. Ninguna de las personas citadas es en absoluto responsable de las ideas que propongo.

1 La filosofía y el espejo de la naturaleza, Madrid: Cátedra, 1983. Traducción del inglés de Jesús Fernández Zulaica.2 Op. cit., pág. 321.3 Una exposición paradigmática de esta concepción del naturalismo la expuso Ernest Nagel en su ensayo“Revisión del naturalismo”, en La lógica sin metafísica, Madrid: Tecnos, 1961. En cuanto a Dewey su obra central al respecto es Experience and Nature, New York: W. W. Norton , 1929. A propósito del naturalismo de Dewey resulta muy interesante la polémica que él y Santayana sostuvieron. Véase C. Santayana,“Dewey’s Naturalistic Metaphysics”, en P. A. Schilpp (ed.): The Philosophy of John Dewey, Evanston,Chicago: Tudor Publishing Co., 1939; J. Dewey, “Half-Hearted Naturalism”, Journal of Philosophy, XXIV(1927) .4 Véase D. Lewis, “Reduction of the Mind” (en Papers in Metaphysics and Epistemology, CambridgeUniversity Press, 1999), a propósito del reduccionismo fisicalista de las propiedades psicológicas.5 El concepto de lo mental, Buenos Aires: Paidós, 1967. Traducción de Eduardo Rabossi.6 La filosofía y el espejo de la naturaleza, págs. 100 y s. (cf. especialmente la nota 11.)257 Esto sucede incluso en el caso de aquellos autores en los que el análisis de Ryle dejó su impronta, como en Erroll Bedford. Véase su ensayo “Emociones”, en Ch. Calhoun y R. C. Solomon (comps.): ¿Qué es una emoción? Lecturas clásicas de psicología filosófica, México: Fondo de Cultura Económica, 1989.8 Éste es el criterio dominante en la investigación psicológica. Cf. los ensayos de la Question 2 en P.Ekman y R. J. Davidson (eds.): The Nature of Emotion: Fundamental Questions, Oxford University Press,1994.9 El ejemplo clásico es el de Charkes Darwin. Véase La expresión de las emociones en los animales y en el hombre(Madrid: Alianza Editorial, 1984), págs. 68 y s. Para un estudio reciente del principal responsable del peso que este concepto tiene en la actual Psicología, véase P. Ekman, “Basic Emotions”, en T. Dalgleish y M.J. Power (eds.): Handbook of Cognition and Emotion, Chichester: John Wiley & Sons, 1999. Y también los ensayos en la Question 1, en P. Ekman y R. J. Davidson (eds.): The Nature of Emotion: Fundamental Questions, Oxford University Press, 1994. Una crítica conocida de la propuesta de Ekman la desarrolla R.Solomon en “Back to Basics: On the Very Idea of ‘Basic Emotion’”, en Not Passion’s Slave. Emotion andChoice, Oxford University Press, 2003.10 Comercializada en España con el título de Centauros del desierto.11 “Emociones”, loc. cit., pág. 294.12 Chicago: Chicago University Press, 1997. El capítulo se titula “Coda—Mood and Emotion”.13 Op. cit., pág. 249. Griffiths atribuye esta propuesta al psicólogo Vincent Nowlis.14 Las emociones son los efectos de causas desecadenantes, es decir, los efectos de las causas que hacen que el proceso acontezca ahora o que ocurriese entonces. Sobre las nociones de causa estructurante (en inglés ‘structuring cause’) y causa desencadenante (en inglés ‘triggering causes’), véase F. Dretske, ExplainingBehavior (Cambridge, MA: The M.I.T. Press, 1988), cap. 2.15 The Emotions. A Philosophical Exploration, Oxford University Press, 2000.16 Richard Wollheim ha desarrollado una concepción muy similar en On the Emotions (New Haven: YaleUniversity Press, 1999), passim.17 Véase págs. 13 y s., así como la nota 2 de la pág. 14.18 Para una exposición recientes de esta tesis, véase T. Crane: “Intentionality as the Mark of the Mental”,en A. O’Hear (ed.): Current Issues in the Philosophy of Mind, Cambridge University Press, 1998. En el terreno de la filosofía de las emociones, aquellos que se mueven en la órbita de la fenomenología, incluyendo la existencial, son quienes defienden esta opción. Véase, por ejemplo, R. Solomon, The Passions (edición revisada en Indianápolis: Hackett Publications, 1993), págs. 70 y ss. Una conocida crítica de esta doctrina,que viene de antiguo, se halla en J. C. Gosling: “Emotion and Object”, Philosophical Review, LXXIV (1965)98-104. Yo desarrollo la mía a continuación.19 Aunque de una manera poco decidida, esta tesis la defiende también Kenny, para quien una de las diferencias fundamentales entre emociones y estados de ánimo es que las primeras tienen, o se dirigen a,objetos —es decir, tienen propiedades intencionales—, mientras que los segundos “están más vagamente ligados a objetos que las emociones” (La metafísica de la mente, Barcelona: Paidós, 2000, pág.95). Esa vinculación más indirecta tiene otro significado. Así, los pares de objetos y de estados de ánimo ligados a los primeros de un modo particular, con los que Kenny ilustra su opinión, ilustran más la susceptibilidad a responder emocionalmente —ahora en el sentido estricto del término— que es definitoria del estado de ánimo, según el punto de vista propuesto. Kenny trata de poner el énfasis en el tipo de sensación que, por ejemplo, la persona abatida siente, pero lo que acaba obteniendo es una gama de situaciones a la que se es susceptible. En efecto, “[el abatimiento] puede también consistir en un sentimiento generalizado que, en el mejor de los casos, se asocie a objetos completamente inadecuados,como una llovizna fuera de tiempo o la necesidad de llevar el gato al veterinario” (loc. cit.). Por otra parte,Kenny considera que hay estados de ánimo con objetos intencionales perfectamente definidos, como el abatimiento que siente un escritor por no haber escrito en una sesión de trabajo todo lo que tenía previsto. Este juicio confunde las cosas del todo, y pone de manifiesto el tipo de confusiones conceptuales en se cae tras una mirada superficial al lenguaje. Un ejemplo así, no lo es de un estado de ánimo, sino de una emoción: el escritor siente abatimiento y la causa, y posiblemente el objeto de su vivencia, es no haber escrito lo que pensaba que escribiría. Y ese abatimiento puede, a su vez, dejarle abatido; es decir, meterle en un estado de ánimo. Pero la palabra ‘abatimiento’ no denota más un episodio emocional que un estado de ánimo. Kenny se confunde aquí y da pie a pensar que hay estados de ánimo con propiedades intencionales específicas. No es así.20 J. M. Darley y C. D. Batson: “From Jerusalem to Jericho: A Study of Situational and Dispositional Variables in Helping Behaviour”, Journal of Personality and Social Psychology, 27 (1973) 100-108.

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